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El otoño y la poesía, una pequeña licencia

El otoño es la estación que nos acompaña en las primeras semanas de curso.

Me gusta mucho este tiempo, me parece muy poético y algo decadente.

En nuestra ciudad se ha vuelto casi inexistente, las altas temperaturas no ayudan, pero algunos lo buscamos, lo invocamos, tratamos de enredarnos en él, aunque se muestra esquivo.


El otro día hablaba con el alumnado de esta estación. Me hizo gracia comprobar que ya casi no reparan en ella, solo la recuerdan gracias a algún trabajo que hicieron de pequeños, en infantil o primaria, y que les llevó a recoger hojas para un mural, algunas piñas de su pueblo y poco más.


Nuestra ciudad tiene rincones en los que recrearse, el viejo cauce del río Turia -que atraviesa la ciudad- podría ser propicio si no fuera porque muchos ya no lo recorren para disfrutar de la belleza del paisaje, sino para hacer deporte. No digo que no esté bien ese uso que se le ha dado en los últimos años, pero lo cierto es que parece ya difícil el deleitarse con la vegetación que allí nos rodea, ese placer del ánimo y de los sentidos que algunos encontramos necesario y hermoso.


Cuando pienso en esta época acuden a mi memoria colores y paisajes que nada tienen que ver con los que nos envuelven ahora; asistiremos al cambio de ropa y a la entrada del frío; pronto se acortarán los días con el cambio de hora y el ritmo se volverá más pausado y recogido. Los colores del otoño y los cambios que se avecinan me hacen ver esta época como una invitación a retomar la pausa, la calma y la mesura, como contrapunto a una época estival que pronto quedará algo lejana.


Leer es un placer siempre. Pero en esta época empieza a rodearse de toda una liturgia que lo hace más especial aún. La taza de café caliente, el abrigarse, la compañía de música, algunos días de lluvia y unas pocas flores propias de la estación. Este año tengo unas hortensias maravillosas traídas por un amigo de Galicia, ya secas y de un color ocre, que embellecerán un pequeño rincón de mi casa.


Todos estos detalles podrían parecer algo ridículos, pero a mí me permiten sentirme afortunada, hacer de lo sencillo algo insuperable. Poder rodearme de cosas simples y bellas creo que es un bálsamo en esta época de excesos y superabundancia.


Como decía, la lectura se hace más pausada y escoger libros para este tiempo, en una tarde cualquiera, podría decirse que es algo mágico, un regalo en sí mismo. En verano me gusta leer de todo, la novela negra es bienvenida porque me engancha y me abstrae -como ninguna otra- de problemas y preocupaciones, libros que te recomiendan, que te llaman la atención y alguno que me pueda servir para todo aquello que a los de FOL nos gusta tanto tratar en nuestras clases. Esas y otras opciones están siempre presentes en esa época.



Pero para el otoño me hago acompañar de otro tipo de libros.


He terminado “Tan poca vida”, de Hanya Yanagihara, desgarradora y dura. Ahora estoy con la última novela de Almudena Grandes, la compré la otra tarde en compañía de mi hermana, la pequeña, con quien comparto la afición por la lectura. Lo cierto es que ella, que siempre ha tenido más nivel a la hora de elegir, solo me acompaña para echar un vistazo pues ya se ha acostumbrado a leer a través de la tablet. Yo sigo siendo en esto algo tradicional y continúo apostando por el libro de papel, a riesgo de no tener casi espacio donde meterlos.


Suelo comprar en una librería de toda la vida, París-Valencia, en la calle Pelayo y cuando voy me dejo llevar por el instinto y por lo que leo en la contracubierta de los libros. No siempre acierto, la verdad, pero ese es parte del juego. En ocasiones recurro a esa conocida empresa francesa que ha copado gran parte del mercado, para que negarlo, y siempre siento que con ello traiciono un poco a todos esos libreros que luchan con una crisis que se los está llevando por delante a costa de un comercio de masas, impersonal y algo gregario.


Pero como esta entrada algo chocante iba del otoño –la tardor, en valenciano, que hace el término aún más hermoso- , no puedo dejar de referirme a un género que esa palabra evoca en mí, la poesía. Y he de confesar que acudo y acudiré a ella a intervalos, para disfrutarla y sentir todo eso que no se puede expresar de otra manera más que con el alma y la emoción.


A ella he llegado tarde, mayor, gracias a los libros que dejaron mis padres y al azar. En mi caso no siempre es fácil su lectura, ni todo tiempo es propicio para ella. Creo que la poesía requiere de estados de ánimo que hagan que a uno le llegue, le conmueva, le emocione. Pero lo cierto es que nadie sabe reflejar todo esos sentimientos como lo logra Borges, Cortázar, Machado, Neruda… y tantos otros.


Con todos ellos y con los libros, que nos los devuelven cuando los necesitamos, tenemos una deuda eterna los amantes de la lectura y del otoño. Yo misma, en mi atrevimiento, me valgo de su arte para embellecer los pies de página que ilustran este espacio, y que de otra manera quedarían algo toscos y pobres de esperanza. Porque es la poesía la que me permite terminar siempre con algo de belleza y de emoción estos momentos o algún tuit que se cuela por mi TL, mezclándose con tantos otros.


A mi alumnado les sugiero que recurran a la poesía y sé que muchos deben pensar que ando algo pasada de moda; pero, en ocasiones, te sorprende alguno de ellos al descubrirte que escribe y se atreve a mostrártelo, emocionándote con ese gesto. O como el curso pasado, aparece algún alumno especial que tímidamente te deja entrever que él también se siente concernido cuando lee alguna de esas frases o fragmentos.



Y así, sin darnos cuenta, iremos atravesando otro otoño y dejando atrás otro principio de curso, y acumularemos lecturas, recuerdos, momentos… poesía.

 

“Pero te quiero, (…), y otros te quieren,

y algo saldrá de este sentir”.

-Cortázar

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