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Historias

En estas fechas se termina la primera evaluación en nuestro centro. Como siempre ocurre en estos periodos son días intensos de mucho trabajo. Es, además, un momento importante porque antes de poner las notas encuentro la oportunidad de hablar un poquito con ellas y ellos. En ese pequeño espacio de tiempo de reflexión compartida es fácil que alguno/a se rompa y como un torrente salgan a la luz problemas, dificultades y temores que a esas edades parecen ingobernables.


Para parte del alumnado afrontar actividades normales supone un sufrimiento enorme, hablar en público, trabajar en equipo o realizar tareas diferentes a las que suelen llevar a cabo significa lidiar con la ansiedad, los trastornos y las diversas necesidades que tienen y ante las cuales nos sentimos desbordados. Las mochilas son pesadas y la variedad de casos que se nos presentan lo hace todo más difícil.


Hace dos cursos un alumno algo más mayor también se rompió en mi presencia. Cuando te sucede con aquellos que ya tienen una cierta edad te afecta de forma diferente porque sabes que pedir ayuda es un poco más delicado y cuando lo hacen es porque seguramente no pueden más.


Le llamaré Alberto, aunque creo que no le importaría que diera su nombre. Le iba a dar EIE y no le había tenido antes, así que en septiembre de 2019, cuando recibí un correo para ver si podía hablar conmigo, poco conocía de su vida y mucho menos de lo que había sufrido el curso anterior.


Alberto convivía con el VIH desde hacía más de 5 años y había encontrado en el alumnado y en algún docente mucho desconocimiento sobre el tema e incluso un lenguaje erróneo o fuera de lugar. Me trasladó la necesidad de que pudiera hacer algo al respecto, incluso pensó en dar un paso al frente sacando a la luz que era una persona con VIH y sopesó ofrecerse para informar. Redactó un escrito que finalmente no se distribuyó y me facilitó folletos informativos para que se los diera a mi alumnado de grado medio (era consciente de que ahí empezaban a crearse los primeros malentendidos debido a la falta de información sobre el tema). Luego me enteraría que otro alumno mío vivía la misma situación pero con mucha más angustia debido a su juventud y emotividad.


Tal y como reflejó en ese escrito necesitaba “nuestra ayuda para que fuéramos parte de la solución y no del problema”. Era consciente de que pedía algo “más que dar un temario, pero no podíamos obviar que los docentes influyen sobre el alumnado y, por tanto, deben tener un compromiso social con el mismo”. Estaba necesitando apoyo psicológico ya que uno de los mayores temores que sufren las personas que conviven con VIH es el estigma social, el rechazo y algo de ello había sentido en su primer año en el centro.


Lo que pude hacer al respecto fue bien poco y me quedó una sensación de fracaso y frustración al ver que no estábamos a la altura de lo que él necesitaba. Terminó el curso, guardé sus correos -especialmente aquel en que me hacía participe de sus desvelos- y no volví a leerlos hasta esta semana en la que de manera inesperada se presentó la oportunidad de hacer algo útil, reparador.


Mis compañeros de madera organizaron una charla sobre VIH y SIDA para su alumnado y como tengo la inmensa suerte de que siempre cuentan conmigo me avisaron para ver si quería unirme. No hizo falta pensarlo un minuto, con el grupo de primero de electricidad dispuesto compartimos espacio y tiempo.


La actividad, organizada por AVACOS, estuvo muy bien al ser dinámica y con un lenguaje adecuado al público al que iba destinada. Como ocurre en muchas ocasiones cuesta que presten atención y en algunos momentos se despistan, pero estoy segura de que muchas cosas calaron y visto lo que manifestaban era importante que accedieran a información de calidad. Es fundamental que se informen y tengan criterio sobre algo que forma parte de su realidad y que a fuerza de ignorar provoca rechazo y discriminación hacia las personas que viven con el VIH.


La pandemia nos ha robado muchas cosas. Ha impedido que durante dos cursos pudiéramos realizar otras actividades necesarias, transversales, que podemos facilitarles en el ámbito educativo y que permiten ampliar su mirada hacia otras realidades que están ahí y que es importante tratar. Aquellas que les permitirán “mirar con nuevos ojos” y formarse en algo tan esencial como es el respeto y la tolerancia.



Esta semana, gracias a mis compañeros del Departamento de Madera, he sentido que le devolvíamos a Alberto lo que necesitaba y no pudimos darle, algo tan sencillo como facilitar en nuestro centro información y formación que evite afianzar estereotipos y prejuicios. Quiero creer que estaría orgulloso de formar parte del Aprendiz y no he podido evitar la emoción al pensar lo mucho que ellos nos enseñan y nos marcan, pese a que puedan creer lo contrario.


El alumnado pasa por nuestras vidas por un espacio corto de tiempo, se marcha y deja esa huella que es una mezcla de vivencias, preocupaciones y alegrías. Y una mañana cualquiera, sin esperarlo ni planificarlo, ese poso que dejan se remueve y te devuelve la emoción de esos momentos vividos con ellos, que ya solo parecen recuerdos, pero que en realidad son las pequeñas historias que nos sostienen y nos transforman.



Parece que dejará de llover...

 

“Al final, todos nos convertimos en historias”

-Margaret Atwood

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