Storytelling
Este curso tan complicado y extraño, tan alejado de lo que consideramos normalidad, nos ha permitido volver a la esencia de lo que es la docencia de una forma más intensa.
La esencia de nuestro trabajo es despertar en el alumnado el interés por aprender, por ampliar conocimientos y mejorar sus competencias. Pero es quizá este curso cuando de manera singular nos hemos encontrado con la necesidad de estar para más de lo que se nos demanda. Ser docente es enseñar, pero también tiene mucho que ver con el ACOMPAÑAR.
La empatía facilita el acercamiento emocional y el lenguaje que empleamos con ellos es muy importante, la comunicación es fundamental. Pero estoy convencida de que la emoción es un elemento clave en el aprendizaje, para quien aprende y también para quien enseña. Y en este curso agotador hay muchos momentos en los que se ha desbordado.
Tengo seis grupos diferentes con los que trabajar y todos son importantes para mí, pero hay uno que me ha robado el corazón y se ha convertido en un desafío lleno de momentos que intuyo no voy a poder olvidar.
La diversidad es el mayor condicionante en los últimos años y en este grupo del que hablo es máxima. Sabemos que es una riqueza, pero se vuelve un reto enorme cuando hay diferentes perfiles con necesidades variadas y complicadas. En el grupo al que me refiero un número importante de alumnos son impulsivos, carecen de autocontrol, no tienen esperanza en el futuro y están algo resentidos con la vida por no jugar con las mismas cartas que tienen otros.
Todo cuesta mucho, no tienen hábito de trabajo ni dinámica de aula. Si cambiamos de clase, solo explicarles el porqué, colocarles, indicarles la necesidad de limpiar y cuidar ese espacio nos puede llevar 20 minutos (no quiero con este, vamos a acabar mal, aquí no veo, el ordenador está roto y quiero que lo veas para que luego no me culpen, …).
Conociendo las experiencias de algunos puedes comprender mucho de su comportamiento y forma de conducirse, pero siempre hay espacio para la sorpresa, el asombro y la emoción.
Empezado el curso llega una compañera nueva, sorda y te demandan con una determinación que conmueve mascarillas trasparentes para todos porque quieren comunicarse con ella. Les digo que me manden un correo cuidando el contenido y las formas y me sorprenden con un mal disimulado afecto. Les pido que me escriban sobre un tema y alguno desliza reflexiones personales y sentimientos que jamás se permitiría expresar en grupo.
Un viernes del mes de noviembre destinamos un ratito a la reflexión y al debate. Hablamos sobre qué es para ellos “el éxito” y compruebo lo sencillo que es para todos dibujar un futuro ideal: un trabajo que les guste y les permita atender sus necesidades, una familia, una casa y como dice uno de ellos “la mejor forma de llegar al éxito es ser feliz” porque como me reconoce él mismo parece que “vive siempre enfadado”.
Uno de los elementos del storytelling es “el personaje”, el protagonista de la historia, aquel que supone un desafío en sí mismo y te ayuda a transmitir el mensaje; pero qué hacer cuando tienes una diversidad de candidatos en los que poner el foco, con quienes la emoción y las experiencias darían para un sinfín de relatos.
Elegiré a uno de ellos, pongamos que se llama Juan y advertiré que es un diamante en bruto al que pulir y sacar brillo se presenta como una ardua labor. Lo conocí el curso pasado, estaba en la FP Básica y le habían abierto un parte disciplinario, ya llevaba unos cuantos y su incipiente trayectoria se estaba torciendo de forma preocupante. Como formo parte de la comisión de convivencia sugerí que en lugar de expulsarle se acordara que durante unas semanas viniera a mis clases de FOL. Y así nos conocimos, participó bastante y puso interés; el último día que estuvo con nosotros le dije que esperaba volverle a encontrar en el Grado Medio, que estudiara y se centrara porque era muy importante para su futuro.
En este curso me lo encuentro en el aula y nada más verme me dice que ahí estaba, que “él no se había olvidado de mis palabras”. Nuestro protagonista me descoloca de vez en cuando. Tiene un interés y una curiosidad por saber que me sorprende, pero es tan impulsivo que tendría que estar poniéndole partes todos los días. En lugar de ello le digo que se salga fuera y como tenemos las puertas abiertas participa desde el pasillo, interviniendo en los debates y las actividades. Son los propios compañeros quienes le dicen que se calle, que está expulsado y es entonces cuando se enrabieta y enfada porque le gusta más que a ninguno hablar y llamar “un poquito” la atención.
El trimestre ha dejado muchas otras historias de superación personal.
David, de apellido impronunciable, que empezó con nosotros hace 3 cursos y era muy vivo e inquieto, “un desastre” según él mismo expresa. Costó mucho que se centrara y una mañana me sorprendió informándome de que había ido a la biblioteca a estudiar. Me temí que fuera una aventura pasajera y procuré interesarme por ese nuevo hábito en los días siguientes. Curiosamente esa ocurrencia se convirtió en costumbre y los resultados empezaron a cambiar. Logró superar FOL justito, pero había que tener presente de donde partíamos. En segundo ya parecía otro. Participó en el proyecto de ApS que organizamos con el Centro de Educación Especial y fue uno de los mentores más destacados por su sensibilidad para conducirse con los nuevos compañeros de proyecto.
A mediados del mes de octubre vino a buscarme para explicarme que estaba estudiando el Grado Superior de Soldadura, que quería contármelo porque sabía que me iba a alegrar y vi asomar en él un orgullo indescriptible que me emocionó como logra hacerlo nuestro alumnado cada vez que nos regala una historia de crecimiento personal.
Un lunes del mes de noviembre, sentada en el autobús, se me acerca un chico y me dice que si no me acordaba de él. La mascarilla esconde su rostro, pero al fijarme un poco le reconozco enseguida. Le tuve en el Aprendiz, pero no puedo recordar el nombre ni el curso. Elías, me dice y entonces regresa a mi memoria ese alumno algo callado y un pelín inseguro que estuvo conmigo hace 6 años en el módulo de FOL. Me contó que estaba trabajando en la Fe, que había estado en el Clínico y que era feliz con su trabajo. Ahora nos vemos de vez en cuando, el yendo al hospital y yo hacia el centro, y ese ratito de charla o ese saludo precipitado llena de emoción una mañana cualquiera de una docente de FP.
La dinámica de nuestro módulo o la importancia que damos a la comunicación favorece que el alumnado se sienta cómodo. Son muchas las veces que terminas y algún alumno se queda rezagado y ya sabes que tiene necesidad de hablar. Están los que te lo piden abiertamente, pero la mayoría trata de buscar una excusa que le permita compartir contigo sus inquietudes o problemas. Una de mis alumnas de este curso ha tenido que vencer tantos obstáculos en su corta existencia que viéndola en ese cuerpo pequeño y delgado no alcanzo a comprender cómo ha podido con tanto. Creo que en esta alumna se concentra la más hermosa historia de superación de este curso o puede que simplemente me haya conmovido al ver sus ganas e interés pese a la rabia y malos modos iniciales. Ella fue una de las primeras rezagadas, de las que después de no mantener el orden se esperaba para dar alguna explicación a esos prontos y malas formas que no escondían más que impotencia por lo que le cuesta contenerse.
La he visto esforzarse como nadie y agradece cualquier reconocimiento a sus progresos de la forma más bonita que existe, intentándolo hacer mejor cada día.
Los docentes acumulamos vivencias, estamos rodeados de pequeñas historias y hay algunas que por diversos motivos se convierten en memorables. Tienen nombre y apellidos, rostro, realidades cargadas de conflictos, de dificultades, de momentos… Se van sucediendo y las vamos atesorando en nuestra memoria, fieles a lo que sucedió o ligeramente noveladas, para poder soportar así lo triste e injusto de alguna de ellas. No hay favoritas, todas son importantes.
Al final sabemos que una clase es todo eso,
lo bueno y lo malo,
lo pequeño y lo grande,
lo ordinario y lo extraordinario.
Y es tan intenso y conmovedor que no se puede comparar con nada.
“Aquellos que son más difíciles de amar
son los que lo necesitan más”
- Sócrates
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