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Y por qué no


¿Y por qué no?


Esta pregunta me la regaló la que fue durante años orientadora de mi centro y hoy es una de mis islas. Alguien de quien aprendo y con quien me gusta compartir momentos de complicidad y confidencias. En estos últimos años mi familia se ha reducido, el núcleo duro es pequeño y las ausencias pesan. Soy muy consciente de que a pesar de todo ello la vida es muy generosa conmigo. Han aparecido en ella nuevas personas -a edades en las que ya parece difícil ampliar tu círculo más íntimo-, personas que se vuelven parte importante de tu día a día. Las personas como Carmen te regalan muchas cosas, pero una de las fundamentales llegan en forma de reflexiones, frases, pensamientos; en definitiva, pequeñas lecciones para la vida.


La frase recoge el sentido de algo que en los últimos tiempos comparto con personas de mi entorno, esas con quienes puedes hablar de todo y de nada, pero con las que un ratito de charla promete convertirse en una deliciosa ocasión para el crecimiento y la autenticidad.


No tener miedo, ser libre, no limitarse, dejarse ser y sentir, mostrarse sin temor… Creo que las mujeres en esto tenemos que estar más alerta para así no dejarnos caer en la tentación de no ser auténticas, dejarnos vencer por las imposiciones sociales, lo que se espera de nosotras, el tan agotador papel de cuidadoras que nos han otorgado y que no hemos sabido compartir de la manera que deberíamos. Esa frase de Carmen me permite recordar que tenemos mil opciones, mil posibilidades y que nada nos está vetado. A mi edad parece que ya está claro, que no tienes que pedir permiso a nadie para hacer con tu vida lo que deseas, que cualquier opción merece ser sopesada y valorada como una oportunidad, como una posibilidad de la que solo tú tienes el poder de decisión. Ha hecho falta cometer errores, romperse muchas veces, permitirse ciertas licencias e ir ganando en seguridad y confianza para poder ser dueñas absolutas de nuestras vidas y nuestro tiempo, decir no cuando quieres decir no y no sentirte mal por ello, ponerte en valor y no anteponer a todos porque podrías parecer egoista o algo desconsiderada.


Todo este rodeo era innecesario, esto iba de un viaje. Pero siempre me pasa al escribir en mis libretas, al reflexionar en las pocas líneas que puedo anotar en mi pequeño rato de la mañana o al lanzarme a poner algo en este contenedor de momentos que ahora me ocupa. Que me lío y enredo sin orden ni mesura.


A la ocurrencia de hacer un viaje juntas a Marrakech, en un tiempo no muy oportuno y con algo de problema para encontrar soporte con los hijos, nos espoleó el interrogante que actúa como palanca para atreverse, para no dudar y permitirnos todo aquello que parece no tocar… ¿y por qué no?


Con Carmen y otra compañera de mi centro hemos viajado a Marrakech y hemos descubierto la belleza de esa ciudad, de esa parte del mundo a la que es difícil resistirse, no solo por sus mezquitas, jardines y rincones, sino de manera muy especial por su gente. Nos han tratado con mucha amabilidad y hemos recibido la hospitalidad y el encanto de su gente. Pasar esos días en un riad dentro de la medina ha sido la mejor decisión y contratar una mujer para hacernos de guía fue otro gran acierto. La compañía de Fucsia nos permitió conocer sus rincones con la mirada que nosotras, cualquiera que sea el lugar de procedencia, sabemos imprimirle a la vida, una mirada más cercana, más próxima a la realidad de sus moradores y no a lo que sin esa sensibilidad dejaríamos allí, sin ver y sin apreciar.


No podría decir cuál ha sido el lugar que más me ha cautivado: cenar en la Plaza de Jemaa el-Fna, recorrer el Palacio el Badi, sentarnos en los alrededores de la Mezquita Koutoubia, permitirnos el lujo de un gin tonic en la Mamounia o pasear durante toda una mañana por el Jardín de Majorelle, la que fuera propiedad privada de Yves Saint-Laurent, con visita incluida al pequeño y muy recomendable museo de arte islámico que se encuentra en su interior, fruto del interés por esta cultura que sentía el artista.


Hemos viajado juntas tres mujeres, hemos recorrido la ciudad roja sin dejar de visitar una parte de la medina a la que no accede el turista convencional y hemos podido empaparnos de ese otro Marrakech que vive y respira al margen del bullicio. Ese tiempo fue muy interesante, muy enriquecedor. Sentimos también algo de recelo en algún momento, como procede cuando entras en lugares que no conoces o al practicar el arte del regateo y comprobar que puedes ofenderles si no sigues sus reglas.


Hemos compartido momentos de risa y lágrimas. Las mujeres de mi entorno son bravas, pero a su vez son susceptibles de regalarte el afecto más absoluto. De las que sabes que vas a tomar algo y puedes terminar en uno de los rincones más escondidos de tu intimidad, abriéndote y reparando alguna de esas grietas que tu sola no alcanzas ni a ver.


Evidentemente ha primado la alegría. Pero también ha habido oportunidad para el desgarro. Y esa circunstancia vino con la visita al barrio de los curtidores. Fucsia, nuestra guía, nos avisó de la dureza del lugar, pero era una parada obligada para nosotras, entre otras cosas, por ser uno de los oficios más antiguos del lugar. La deformación profesional obligaba.


Llegar allí impacta, es una gran esplanada con agujeros en la tierra donde se trabaja la piel en condiciones durísimas y sin ningún tipo de protección.

“Las pieles a tratar se mantienen en cubas de piedra con cal durante cierto tiempo para quitarles el pelo. Luego se lavan y sumergen varias semanas en un compuesto especial de orina mezclada con excremento de paloma, proceso que ayudado por decenas de jóvenes de pies desnudos pisoteándolas dentro de las cubas permite ablandar las pieles”.


Ya próximo a la zona, conforme vas llegando, te sacude un olor nauseabundo, insoportable, que te hace pensar que no podrás aguantar allí ni un minuto. Gracias a ir acompañadas de la guía pudimos acceder a una de las casas donde se procede a tratar la piel y comprobar la dureza de la faena. Nos explicó que es un trabajo que se transmite de generación en generación y que solo les da para subsistir, no pudiendo aspirar a nada más que a una vida de penuria y una vejez con una salud mermada por la severidad del trabajo desempeñado. Pudimos hacer alguna foto, pero la dureza de las imágenes no creo que se nos vaya a olvidar fácilmente.


En primer término encontramos a un joven, trabajando allí, que en cuanto nos vio llegar nos pidió dinero a gritos. Inmediatamente llegó otro que fue con quien habló nuestra guía y quien más tarde nos acompañaría en el recorrido.


El joven siguió con su trabajo y ya permaneció ajeno a nosotras, abstraído en lo que a todas luces era su medio de vida, sin parecer que ese efecto que él producía en nosotras le pudiera llegar a alcanzar.




Abandonamos el lugar, pero no la sensación de tristeza y desamparo que nos generó el joven curtidor. Pensé en esas vidas, ya determinadas al nacer, que no conocerán de nada de lo que nuestra sociedad ofrece a la mayoría de nuestra juventud, a pesar de las muchas desigualdades y situaciones de inequidad que nuestra realidad nos ha hecho vivir en estos años de dura crisis.


Pensé que ese chico tendría una madre que seguro querría para su hijo un futuro mejor, con más oportunidades. Y confirmamos que la vida está hecha de muchas injusticias, pero que una de las más terribles es dejar sin esperanza a la gente joven antes de poder casi comenzar a vivir su vida adulta.


Pensé en nuestro alumnado, como siempre me ocurre al enfrentarme a realidades que son las suyas por edad, pero afortunadamente no por vivencia. Y me embargo una mezcla agridulce al comprobar lo determinante que es nacer en un lugar del mundo, en una sociedad determinada o en una familia concreta.


Sentimos las tres que Marrakech era un sitio mágico, la ciudad roja un lugar inolvidable y pasear la ciudad un disfrute para los sentidos, pero esa imagen del joven curtidor no podrá borrarse fácilmente de nuestra memoria. Y así pude volver a sentir que son los viajes una forma de redescubrir emociones, la mejor manera de repensar la vida, el mundo y nuestras pequeñeces.




Febrero es siempre así, algo desordenado y caótico, como esta entrada de hoy que iba de un regalo en forma de pregunta y un viaje.


Y es en situaciones de desconcierto, como esta, cuando pienso que para qué estas líneas, para qué mostrarlas, para qué escribirlas… y es también en esos momentos de vacilación e inseguridad cuando me pregunto: pero ¿y por qué no?


 

“Nuestro destino nunca es un lugar,

sino una nueva forma de ver las cosas”.

-Henry Miller


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